Malasia

Visitar un país es como abrir una pequeña ventanita a un mundo diferente durante pocos segundos, e intentar comprender lo que ven tus ojos. Al cerrarla damos por finalizado el pequeño paréntesis en la cotidianidad de nuestras vidas, mientras al otro lado, es la vida cotidiana del país la que continúa sin haberse percatado de nuestra presencia.

El Sudeste asiático no es para todo el mundo, ni tampoco lo es la comida picante, pues en ambos hay que estar dispuesto a soportar ciertas incomodidades para disfrutar de auténticas maravillas. Detrás de los selfies con playas idílicas, templos imponentes y naturaleza salvaje, los viajeros escondemos a veces–sin mala intención y movidos por el entusiasmo– la pobreza, la basura, calles y edificios cochambrosos y rasgos culturales difíciles de tolerar para nuestra concepción occidental de lo que es la libertad.

Malasia sin embargo, ofrece un punto intermedio entre el Sudeste asiático y occidente. La exuberancia de su vegetación se combina con las infraestructuras de un país avanzado, sin llegar a la modernidad y el civismo ejemplar de Singapur. Sus ciudades de altos rascacielos y de una multiculturalidad única, parecen emerger de la jungla. China, India, Malasia y occidente conviven como una emulsión perfecta que se refleja en todos los rasgos cotidianos y muy particularmente en la comida.

Durante los 15 días que pasamos en Malasia pudimos asomarnos a esa ventana y descubrir un poco de sus gentes, sus ciudades, sus paisajes y su espectacular buceo.

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