Nota de viaje: Jueves 30 abril 6:39
Llevo despierto desde las 4 de la mañana, igual que ayer. A las 5 y 20 ya hay bastante claridad y el sonido de los grillos y animales nocturnos se ha ido mezclando con nuevos sonidos de pájaros y de otros animales que me pregunto cómo serán. Ha estado lloviendo mucho durante toda la noche, entre truenos y relámpagos. Mientras la lluvia caía con fuerza sobre el río y los árboles , y los truenos se desplazaban de un lado a otro, la jungla no callaba, como si fuera una orquesta sin director. Todo este conjunto de sensaciones me hace sentir totalmente inmerso en el corazón de la selva y sin embargo tranquilo y relajado.
Como en cualquier buen viaje, comienzo a reflexionar sobre la vida, del mundo y la propia. Pienso en cómo nos verá Eco, nuestro guía. Un chico joven que no ha salido jamás de Kumai (el pueblo donde empezamos nuestra ruta por la selva) y la isla de Borneo. ¿Cómo será la vida en un pueblo de 5000 habitantes sin calles asfaltadas rodeado de jungla? Recuerdo el trayecto de río que nos ha traído hasta aquí, y lo comparo inevitablemente con la selva que conocí en Costa Rica. Durante un largo tramo, a un lado y otro del rival, sólo se podía observar la monótona presencia de palmeras de aceite de palma. Comprendo la amenaza que supone a la jungla y el daño irreparable que sin duda ya ha ocasionado la actividad económica humana. Eco me explica que el río por el que navegamos es la frontera entre las plantaciones de palmeras y el parque natural protegido. A la izquierda la plantación y a la derecha la jungla, sin embargo las palmeras se extienden a ambos lados del río, aunque a la derecha, según Eco, han crecido de forma salvaje. Durante unos minutos, me permito criticar la destrucción de este ecosistema tan rico y único, desde la perspectiva de un occidental cuya civilización ya agotó el suyo propio, y ahora detesta que pueblos más pobres exploten sus recursos naturales para sobrevivir en un mercado global con reglas occidentales que les asfixian.
Ayer ya pudimos observar orangutanes mientras se alimentaban de los plátanos que los guardas les dejan siempre a la misma hora y lugar: una plataforma de madera a modo de escenario desde donde les observamos a unos 15-20 metros sentados en unos bancos de madera. No dejaba de tener un aire teatral. Eco nos explica que aproximadamente la mitad de los monos vienen de centros de rehabilitación, y que por eso de alguna manera, estos enseñan a los otros a no temer a los humanos y permiten que los observemos.
Llegar al observatorio nos llevó 10 minutos de caminata entre la espesa vegetación, sorteando obstáculos como plantas, árboles, raíces y charcos, con un calor húmedo bastante asfixiante. A la vuelta Eco nos explica cómo pasó 10 días completamente solo en la jungla cuando tenía sólo 12 años. Nunca sabremos si se trata de una fanfarronada que explica a todos los turistas, aunque yo me inclino a pensar que es cierta. Según él, seguía las sabias palabras de su padre, que le decía que un hombre no es autosuficiente hasta que no es capaz de hacer fuego sin un bote de gasolina, y sobrevivir en la jungla. Al mismo tiempo que nos explicaba su aventura, nos reconocía también que mientras nos llevaba al observatorio pensó que se había perdido. Nos reímos de la situación aunque a una pequeña parte de mi aquello no le hacía ni puta gracia.
Ahora son las 6 de la mañana. Sonia ya ha abierto los ojos y los ha vuelto a cerrar.
Hace unos minutos que oigo trajinar a la tripulación del klotok y me doy cuenta de que ya no llueve, no sé desde cuándo.
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